Conflictos internos y la adolescencia
Por Mauricio Comolli, 11 de Sept., 2025
Los adolescentes enfrentan conflictos internos típicos de su etapa de desarrollo. La intensidad de estos conflictos está influida por la calidad del diálogo que mantienen con la familia, la escuela y la sociedad, entre otros ámbitos. La rebeldía es una parte fundamental de esta nueva etapa: es el momento en que el joven descubre su capacidad de reconocerse a sí mismo según sus propios criterios. Por eso, la adolescencia es un período en el que se busca definirse y cuestionar, de manera libre, los esquemas maternos y paternos que recibieron.
La adolescencia es un momento crucial en el desarrollo humano, una etapa en la que los conflictos internos y las búsquedas emocionales y existenciales alcanzan su máxima expresión. Desde la neuroeducación, entendemos que el cerebro adolescente atraviesa una intensa transformación: el sistema límbico, encargado de las emociones, madura antes que la corteza prefrontal, que regula la toma de decisiones y el autocontrol. Este desfase explica por qué los jóvenes pueden actuar con impulsividad y emociones intensas. Por eso, es fundamental acompañarlos mediante estrategias educativas que integren el desarrollo emocional y cognitivo. Según Siegel (2012), “los adolescentes aprenden mejor cuando se sienten emocionalmente seguros y motivados”. Así, la escuela debe ser un espacio que promueva la gestión consciente de las emociones y potencie un aprendizaje significativo y activo1.
La función del diálogo y los límites adultos
Los conflictos forman parte esencial de la experiencia humana y serán más profundos o superficiales dependiendo de si se desarrollan dentro de marcos claros y seguros donde el adulto actúa como una figura de referencia fundamental. El adulto sirve para que el joven pueda distinguirse, fortalecer su propia imagen y proyectarse2.
El riesgo está en que, debido a inseguridades, los adolescentes no sean escuchados o, si se les escucha, no se les comprenda. Manifestaciones como caprichos, terquedad, porfía y actitudes desafiantes no deben asustarnos. Es necesario regular nuestras emociones como adultos y ayudar a los jóvenes a gestionar las suyas, para propiciar un diálogo profundo que permita el desarrollo de la identidad y la referencia, cimentado en espacios de confianza.
El papel del diálogo en la gestión emocional
El diálogo no solo ayuda a expresar emociones, sino también a relativizarlas. Nos permite entender que nuestras emociones no nos controlan y que el propio asumir el camino de crecimiento es gradual, como cuando aprendemos a caminar paso a paso. Por eso, el ambiente adulto debe ser de contención y no de egoísmos inmaduros, porque los jóvenes necesitan límites para comprender hasta dónde pueden llegar sus emociones.
Cultura, evasión emocional y el aburrimiento
La sociedad genera diversas ilusiones, como la evasión de ciertas emociones que los jóvenes temen mostrar por miedo a ser juzgados. Estas emociones reprimidas crecen desmesuradamente; un claro ejemplo es el enojo. Muchas veces se toleran faltas de respeto y agravios mientras se reprime la energía que quiere denunciar lo injusto. Esto nos debilita y lastima3.
El esfuerzo y las responsabilidades pueden dificultar hacer solo lo que se desea, y muchos jóvenes priorizan el disfrute inmediato con frases como “la vida es pasajera y solo hay una”. El aburrimiento se asocia a culpar a otros y no aceptar los propios límites. Este vacío de sentido es un “no territorio” emocional. En contraste, alguien en contacto con la naturaleza y responsabilidades claras raramente siente aburrimiento, porque tiene ocupados sus espacios y metas. El sentido se construye con propósito y proyección 4.
Tristeza, resignación y esperanza
La resignación y la tristeza son emociones que a veces se intentan evadir con distracciones que alejan de la realidad dolorosa. No hay tiempo para pensar la vida, evaluarla o juzgarla, negando el derecho a aceptar el pesar. Sin embargo, no debemos desterrar la tristeza ni condenarla a desaparecer.
Aceptar la tristeza implica cobijar esa emoción y todo su contenido simbólico, lo cual nos permite abrazarnos a nosotros mismos. Reconociéndonos a veces como responsables y otras como víctimas, podemos encontrar una lágrima que brota como símbolo de esperanza, amor propio y fe en uno mismo. Como dijo un gran Maestro, “la verdad te hará libre”. El mundo no necesita personas débiles y desconfiadas, sino personas que cultiven la esperanza, la apertura del corazón y el regreso a la vida plenamente.
Consecuencias de no relativizar las emociones
Si no aprendemos a relativizar nuestras emociones, aumentaremos el hastío y frustración de no ser quienes queremos ser, acrecentando la culpa hacia nosotros y otros. Viviremos enojados con conflictos que no cesan, generando una división interna. Esto es un limbo donde el joven está confundido por su rebeldía y falta de propósito, deseando estar en “otro lugar” sin poder estar en el aquí y ahora [de la casa, la escuela, o cualquier otro lugar5].
Este fenómeno se relaciona a veces con el “complejo del turista”, que anhela un lugar idealizado hasta encontrarlo y descubrir que ha perdido su magia.
Comportamientos rebeldes y sus raíces
Los jóvenes altaneros y desafiantes buscan una altura más espiritual que material. Quieren crear una temporalidad sin sincerarse con ellos mismos, renunciando a la responsabilidad personal. No creen en su autenticidad ni saben cómo encontrarla, salvo desafiando la autoridad. Cuando fracasan, se calman desahogándose, pero el vacío interior retorna.
Este ciclo se alimenta de la memoria afectiva y la entrega a impulsos irresponsables. Sin límites, se mimetizan adoptando nuevas costumbres, ritos, dependencias y adicciones que no superan el problema central: la búsqueda de una autenticidad y libertad maduras.
La falsa seguridad de la complicidad y el sabotaje
El complot y sabotaje parecen estrategias para atraer la autoridad, pero sólo reflejan una falsa seguridad construida en la sombra de otros. Usando la complicidad, estos jóvenes fortalecen su cobardía, sin crecer ni asumir responsabilidades reales.
La adolescencia es un viaje intenso que merece acompañamiento con respeto, límites y afecto para que cada joven pueda descubrir su voz y lugar en el mundo.
En definitiva, pensar la adolescencia desde un enfoque interdisciplinario y empático invita a construir escuelas donde los jóvenes puedan no solo aprender, sino también reconocerse, expresarse y crecer en libertad con responsabilidad y sentido.
Al acompañar a los adolescentes en esta etapa tan vibrante y a veces turbulenta, el gran desafío es mantener límites claros y firmes, pero con una contención afectiva sincera, que canalice la rebeldía y la búsqueda de autonomía sin efectos destructivos. Esto demanda de educadores, familias y la comunidad escolar una actitud de apertura, respeto y paciencia basada en la confianza mutua.
1
La Programación Neurolingüística (PNL) aporta recursos valiosos para fortalecer la autoconfianza y la regulación emocional en este proceso. Técnicas como la visualización positiva y el establecimiento de metas claras ayudan a construir una imagen positiva de sí mismos y a comunicarse asertivamente, fomentando la resiliencia y las habilidades sociales esenciales en esta etapa (Talleres Ikigai, 2025). Volver ☝️
2
Desde la psicología social, se reconoce que los conflictos adolescentes emergen en el marco de las relaciones con la familia y los pares. El desarrollo de habilidades sociales para manejar estos conflictos y afirmar la identidad depende en gran medida de la calidad de estas interacciones. Salazar et al. (2020) señalan que “los adolescentes con familias y pares funcionales desarrollan mejores habilidades sociales para enfrentar conflictos”, lo que reafirma el rol fundamental del entorno social en el bienestar adolescente. Volver ☝️
3
El psicoanálisis enfatiza la tarea simbólica y profunda que implica la adolescencia: la construcción de una identidad personal que anuda cuerpo, imagen y valores. Cuando el joven no puede metaforizar sus vivencias y angustias, aparecen síntomas y malestares que el acompañamiento psicoanalítico puede ayudar a traducir en palabras y comprensión. Tal como reflexiona Tió (2022), “salir de la adolescencia es esbozar una idea propia, singular y reconocida del sí mismo en relación al Otro social”. Esto significa que la adolescencia es un tránsito donde se gestiona la autonomía y la pertenencia, un proceso delicado que requiere espacios de contención y escucha profunda. Volver ☝️
4
En esta línea, la logoterapia de Viktor Frankl aporta una mirada orientada a la búsqueda de sentido como motor vital. En la educación, el enfoque logoterapéutico invita a que el joven encuentre su propósito y acepte la responsabilidad personal, enfrentando así el vacío existencial y la frustración. Como sostiene Frankl (citado en SAPS, 2025), “la educación debe ir más allá de transmitir conocimientos para guiar al joven a encontrar su sentido de vida”. Este sentido es el ancla que ayuda a atravesar dificultades y a cultivar la esperanza. Volver ☝️
5
Para la familia, mejorar el diálogo con adolescentes y proponer límites efectivos implica cuidar varios aspectos clave apoyados por la pedagogía y psicología familiar:
- Crear un ambiente propicio y elegir momentos adecuados para conversar, buscando que el adolescente esté receptivo y no solo los adultos quieran hablar.
- Practicar una escucha activa: prestar atención auténtica sin interrumpir ni juzgar, mostrando interés y empatía, dejando claro que se valora lo que dice el joven, aunque no se comparta.
- Usar preguntas abiertas para comprender mejor emociones y pensamientos, por ejemplo: “¿cómo te sientes respecto a…?” o “¿qué piensas sobre…?”
- Mostrar paciencia y confianza: dar espacios para que el joven se exprese a su ritmo y mostrar fe en su capacidad para manejar responsabilidades.
- Compartir aspectos positivos y cotidianos en encuentros regulares como comidas o actividades conjuntas, para fortalecer la comunicación y el vínculo afectivo.
En cuanto a los límites:
- Establecer límites claros con razones dialogadas y fundadas, explicando el porqué de las reglas en vez de imponerlas sin justificación.
- Mantener serenidad y firmeza sin caer en autoritarismo ni gritos, reconociendo la búsqueda de autonomía del joven.
- Aplicar la lógica y permitir que las reglas sean discutidas y pactadas, respetando la voz del adolescente pero asegurando convivencia y seguridad.
- Evitar comparaciones o interrogatorios invasivos que generan rechazo: respetar la privacidad y autonomía.
- Controlar las propias emociones para responder con calma y evitar cerrar el diálogo por conflictos impulsivos.
Para la escuela, integrar estas perspectivas significa ofrecer una educación que no solo transmita contenidos sino que también acompañe el desarrollo emocional y existencial. Esto se traduce en promover la educación socioemocional basada en neuroeducación, PNL y psicología social, fomentando la regulación emocional y habilidades interpersonales; propiciar espacios de diálogo y escucha empática que reconozcan la construcción identitaria psicoanalítica; y estimular proyectos con sentido que reafirmen el propósito vital desde la logoterapia. Volver ☝️
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